miércoles, 4 de mayo de 2011

CrisPasión con Simón




Suena el despertador: siete en punto. Uuuy un ratito más. Me enrosco en la frazada como puedo, y me quedo. Salto como si tuviera brasas en la espalda. Pensé que me había quedado dormido: por suerte, no. Son las siete y veinte. Cuesta despegar los párpados, sobre todo si tienen lagañas de toda la noche. No hago demasiado esfuerzo. Casi sonámbulo, me voy a la cocina y cargo la cafetera exprés con un granulado marrón: espero que sea café.
Prendo el calefón para el baño nuestro de cada día. Diez minutos, rapidito. Me envuelvo en la primera toalla que manoteo.
Pienso por qué cuernos tengo tanto sueño. Me retrotraigo a las siete de la tarde del día anterior, hora en que normalmente llego a casa. En qué lio te has metido, pienso. Me acuerdo cómo mi hijo Simón, de 10 cortos y enérgicos meses, me tuvo a las corridas apenas pisé mi casita. Lo tomo de las dos manitos y lo ayudo a caminar, porque tiene ganas de ir a ver cómo gira el lavarropas, pero enseguida se aburre y me conduce hasta la pileta del baño y quiere que le moje las manitos porque parece que le gusta el agua, pero se aburre enseguida y quiere que lo conduzca hasta su cuna, porque le gusta revolcarse con su oso Camilo, pero a los cinco minutos llora como una hiena y le digo esperá Simón, pero Simón no espera y me aturde, entonces le hago upa y el pibe-ni-una-lágrima-más ahora quiere bajarse y gatear y va directo a la mesa de la televisión y yo voy corriendo detrás para evitar que los cinco minutos siguientes se traduzcan en tortilla de Simón.
Llega la hora del baño -de Simón, no del mío-, y con mi hermosa compañera de ruta de vida aprontamos todo. Lo bañamos y le hacemos morisquetas. Y también pequeñas obras de teatro recién inventadas, cuyos protagonistas son el pato de hule y el hipopótamo-termómetro, ese que sirve para medir la temperatura del agua.
Luego del baño viene la cena -la de Simón, no la nuestra-. Avioncito, toc toc déjeme entrar, qué papa más rica, Manuelita la tortuga, central de Fukushima, el oso Camilo también come como vos, misiles, torpedos, pelota al ángulo: pocas cosas lo convencen de que tiene que abrir la boca y engullir. En qué lío te metiste, Maxi.
Vuelvo a este momento, a después del baño -el mío, no el de Simón-. Ya estoy un poco más despabilado, y pienso en que para los próximos meses deberíamos canalizar algo de nuestra energía -la de mi esposa y la mía- hacia alguna forma de participación popular. Pienso en los huevos de Cristina Fernández, y también en los errores de gestión: “Pucha, qué bueno esto, y esto otro. Y puta madre, cómo le pifiaron en esto. Pero a Cristina no le podemos endilgar que no labura. Labura, y porque lo hace, acierta y se equivoca”. En todo eso pensaba, y mientras me secaba los espacios entre los dedos de los pies, escuché una risita que venía desde la cuna. Adiós, adiós pensamientos; se me entremezclan: “La mamadera… hay que preparar la mamadera de Cristina… No, gil… qué lindo poder pensar en un proyecto Simón nacional… Simoncito, mi dulce Simoncito. Y la Asignación Universal por Hijo, y la cuestión distributiva, pero hay que seguir profundizando, todavía hay muchas urgencias uy se habrá meado, hay que cambiar ese pañal… Ojalá ganemos… ojalá no se haya meado mucho…”. En qué lío nos hemos metido, pienso otra vez. Me acerco a la cuna, y un sol recostado me sonríe, con los ojos abiertos aunque hinchados por el sueño reciente. “En qué hermoso lío nos hemos metido”, pienso.

1 comentario:

  1. QUE LINDOOO!! QUE SEA MUY FELIZZZZZZZZZZ.
    STE, JOR Y FABRI!

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