sábado, 14 de octubre de 2017

Orden y voces

“A la gilada, ni cabida”. Chabela, pensadora contemporánea.


Silenciar. Acallar. Obedecer. Temer. Lograr que sólo los más aptos alcancen el éxito conforme a las reglas del mérito. Las tareas que se ha propuesto el poder de turno sobre su única víctima, el pueblo, son silenciosas y efectivas. Un tatuador gigante, máquina en mano, presto para concretar su más espeluznante obra: grabar en cada centímetro de nuestras pieles todo lo que tenemos permitido, y dar por sentado que todo lo que no figura en ese big tatoo está fuera de una ley –su ley– y, por lo tanto, será sancionado con penas dolorosamente máximas.
Con sus tareas puestas en marcha, el poder de turno no sólo impregna a las pieles propias, las que le concedieron ese poder, sino que también concreta el sutil objetivo de dejar esquirlas en aquellas pieles que les son o les fueron más resistentes.
Genera dudas e inacción ante hechos en los que sólo cabría la solidaridad, fomenta el individualismo, desacredita la acción política, destruye construcciones identitarias. Y al mismo tiempo que corre el eje de problemáticas graves, lanza al aire miles de espejitos de colores inalcanzables. A no preocuparse, que siempre, pero siempre, lo mejor está por venir.
Poco a poco, con algo de astucia y mucho de brutalidad, el poder de turno consigue moldear una idea de orden, de un tipo de orden por muchos y muchas deseado luego de tanto caos. Y construye y alinea conceptos detrás de esa idea de orden, sin detenerse un instante, un concepto detrás de otro. Un malón de conceptos a medida que van pasando los días, todos ellos sustentados en la fuerza que, por distintas razones, le ha conferido una buena parte de la población a este poder de turno.

DERECHITO Y SIN MIRAR ATRÁS.
Así, algunas cosas comienzan a “rectificarse”, obsceno entrecomillado. Luego de ser señaladas por transeúntes, dos chicas besándose en una estación de tren reciben palo –una mujer policía tira al piso a una de las chicas; un macho policía, haciendo gala de todo su poder y toda su impronta de miserable historia patriarcal, atraviesa los límites de ese cuerpo sometido: lo esposa, lo maltrata, lo toquetea, lo veja–, porque cierta construcción de sentido comienza a dar crédito a estas conductas en las que “la autoridad” despliega sus tan singulares modos de paternalismo y de protección de la sociedad, contra estas atípicas seres cuyas prácticas van contra natura, pensaría la Legrand.
Dice Roxana: “Adultos que exigen que ´alguien´, un líder, ponga orden. ´Todo se ordena desde arriba´, dicen, desconociendo que lo que ordena el funcionamiento social son las leyes, a las que cada uno se somete, y hace cumplir desde su rol. Por una parte, elude el costo del ejercicio del rol, que implica el propio cumplimiento, y por otra parte, desde un lugar de hijo, espera que otro ´con más capacidad´ o desde un poder superior lo haga. Espera que sean otros los que ordenen o apliquen las leyes, y otros los que se ubiquen y no se propasen. Desresponsabilizarse y echar la culpa a otros no es sin costo”.
Los cortes de calle por un reclamo social o salarial pasan a ser actos de una inadmisible delincuencia que merece condena. Que, al fin y al cabo, demasiado relajo había, y yo también tengo derecho a llegar a mi laburo.
Y los desaparecidos, ah, los desaparecidos. No eran 30 mil, no eran 30 mil, no eran 30 mil. Apenas siete mil, y los ángeles no eran tan ángeles y los demonios no eran tan demonios.
Como dijimos, las astillas de imposición de este nuevo orden laceran también a los hombres y mujeres de la calle que oponen cierta resistencia. Entonces, amor mío, si queremos ir a la marcha del 24, mejor hablemos con tu madre a ver si puede cuidar a los niños, o quizás con mi hermana. Entonces, amor mío, andá vos, no es momento para exponer a los nenes, no viste los quilombos que se arman. Entonces, amor mío, llevate DNI que allá por Avellaneda los canas se suben al bondi y te lo piden, y si te lo piden y no lo tenés... Entonces, amor mío, mejor no te metas. Entonces, amor mío.
En palabras de Cinthia: “En tiempos como los que corren queda más en evidencia la cultura del ´No te metás´. A veces para resguardar algún pedacito de pellejo propio, y otras veces ni siquiera para eso, lo cual sería más lamentable”. 
El nuevo y mentiroso orden horada y ajusta. Y lo hace en nombre de una mentira instalada: lo anterior a él era una fiesta de despilfarro. La gente era feliz dentro de una burbuja, con dos plasmas y un aire acondicionado colgados en sus paredes, pero hoy estamos pagando las consecuencias.
Hay que ordenar las cuentas, que demasiado barato se garpaban el gas, la luz, el teléfono, la prepaga, las escuelas, los impuestos. Era un regalo, no podíamos pagar tan poco. Igual ahora todavía lo puedo pagar, cuando no pueda veremos. Había que ordenar el Estado, demasiada grasa militante. Hay que ordenar las empresas: demasiada gente y poco margen de ganancias. Hay que emitir deuda, porque las deudas se pagan con deuda y sólo a los Kirchner se les ocurría pagar en efectivo.
Dijo el ex ministro de Economía, Axel Kicillof: "El gobierno de Cambiemos tiene un plan: el de pervertir, transformar y reescribir todo lo que pasó. Ellos están trabajando para borrar la memoria histórica: no sólo la de los 30 mil desaparecidos, están tratando de instalar que lo que pasó en la última década fue irreal y ficticio”.

INOCULACIÓN.
La inserción en la ciudadanía de este nuevo orden establecido es paulatina, imperceptible. Se mete en nuestras camas sin pedir demasiado permiso. Es el parásito escondido en la almohada de plumas, que dejó seca de sangre a Alicia, en el cuento de Horacio Quiroga. Cuando se toma conciencia, ya es tarde, y el loop vuelve a desempolvar por enésima vez nuestro odio contra todo ejercicio emparentado con el accionar político.
Por último, el orden alecciona. Cómo no se nos ocurrió pensar en el final de este cuento: que el orden de la cachiporra siempre lista iba a cargarse a uno, iba a limpiar el rastro de sangre, iba a jugar a las escondidas con su víctima y la iba a esconder tan pero tan bien que para el pobre pibe la posibilidad de la piedra libre quedaría absolutamente cercenada. Acto aleccionador como pocos, y previsible como pocos también, teniendo en cuenta nuestra historia oscura, y que los oscuros protagonistas de hoy también fueron los máximos protagonistas del oscurantismo de ayer.
El nuevo orden es el principio de un desorden descomunal pero, por angustia o comodidad, cedemos a sus tentaciones y sus mendaces mandatos de simetría y equilibrio.

TODO ESTÁ GUARDADO EN LA MEMORIA.
No obstante, y en muchos casos a contrapelo de lo que votamos, existe una memoria histórica común, que nos hace recordar (entremezclado con toda la perorata del “se robaron todo y hoy estamos pagando la fiesta”) que hace no mucho las discusiones pasaban por otros lugares. No teníamos por qué preocuparnos por perder el laburo, sino por cuánto íbamos a obtener de las paritarias, o por lo mal que viajábamos para llegar a nuestro laburo; no había que preocuparse por si las ventas bajaban, porque efectivamente no bajaban (la carnicería vendía bien, la frutería vendía bien, la pequeña boutique vendía bien, el restaurantito estaba lleno los sábados a la noche, las industrias crecían y se diversificaban); no había por qué preocuparse de ir a una marcha o manifestación de cualquier índole, porque en las marchas no había quilombo. Insistimos: por más que se nos exhiba una historia de crisis heredada, existe una memoria objetiva común que nos habla de otra cosa.
En este sentido, ¿a qué creíamos que se refería una palabra tan odiada por muchos y tan amada por otros, como es “empoderamiento”? Pues precisamente a esto que sigue: a no permitir que nos vendan buzones, a defender a capa y espada esa “normalidad absoluta” de tener un laburo y no temer perderlo, a cuidar cada año que nuestro sueldo aumente un poquito más porque de eso se trata la distribución de la riqueza, a haber logrado que la palabra “ajuste” se hubiera transformado en un espantoso recuerdo del cavallismo, a respaldar y custodiar los primeros grandes pasos en ciencia y tecnología.  
No se trata aquí de figuras políticas, sino de proyectos, y de intentar darle continuidad a caminos que inexorablemente conducen a logros y aspiraciones concretas de las mayorías.
Se trata de desentrañar y entender, pero entender bien hasta la clavícula, para luego hacer entender, qué proyecto de país pretendemos; a cuál, más o menos, vamos a avalar porque trae aparejadas más virtudes que contradicciones para la mayoría de la gente. Proyectos que, a grandes rasgos, se dividen en dos grandes vertientes (como las cervezas, que se dividen en “Ale” y “Lager”):
·       Un proyecto en el que la política se orienta siempre hacia la industrialización del país. Es el proyecto a largo plazo que empujaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Aquí nada tienen que ver –y es la principal idea que debe entrar en nuestras cabezas–-, repito, nada tienen que ver los supuestos actos de corruptela. Se trata de un modelo económico. Y que más o menos se explica así: parir por todo el país pequeñas, medianas y grandes industrias que son, antes que nada, las movilizadoras de la economía y las que van a permitir que la gran mayoría de los argentinos en condiciones de laburar tengan trabajo, y que los laburantes por venir se sigan incorporando al mercado de trabajo. Que el consumo interno sea el principal motor. Es tratar, por todos los medios posibles, de fabricar zapatillas acá, en nuestro país, y tratar por todos los medios que las zapatillas más consumidas sean las fabricadas en nuestro país, aunque su precio, comparado con el de otro modelo similar proveniente de China, no sea competitivo. Que la “guitarra” quede aquí y circule aquí. Un proyecto a largo plazo.
·       El otro modelo es el agroexportador, en el que siempre, pero siempre, las vaquitas son ajenas. El proyecto basado en la renta extraordinaria y para pocos que ofrece la tierra. Se cultiva y se cría en grandes extensiones de tierra, pero resulta que la producción y comercialización de esos productos no alcanza para dar laburo y morfi a los más de 40 millones de hombres y mujeres de nuestro país.  
Pero el modelo largoplacista, de país tendiente a la industrialización, no sólo es sinónimo de consumo. Es también, y ante todo, un modelo que intenta poner el acento en la valoración del arraigo, de lo nacional. Es la celebración del Bicentenario en la 9 de Julio, alegremente vivida por más de dos millones de personas; son nuestros billetes ilustrados con la figura de Eva Perón y no con una foca; es el desarrollo y la exhibición permanente de nuestra cultura local en todas sus formas; es la lectura, relectura y puesta en valor de los perdedores de nuestra historia nacional. En definitiva, no propone únicamente el consumo como único horizonte, sino –y sobre todo– la paulatina construcción de un tipo de ser nacional que nos contenga a todos y todas.
El orden que muchos ansiamos no es, no debería ser, el de la cachiporra, tras una absoluta puesta en escena de una crisis irreal, inventada.
Tener trabajo sin temor a perderlo; poder acceder a opciones de salud y educación de manera gratuita y de mayor calidad cada vez; asistir a cualquier manifestación pública sin miedo a la represión o al quilombo; acceder a una vivienda; pagar tarifas razonables en los servicios; poder divertirse y tender a que todos y todas la pasen tan bien como nosotros; poder evolucionar; poder contener y contribuir a la evolución de los otros y las otras; aspirar a un país con la mayor cantidad de gente adentro; deshacernos de la matriz de pensamiento que nos señala como los merecedores de la nada: ¿no son éstos conceptos más ordenadores de nuestras vidas que cualquier otra farsa de orden impuesta a puro garrotazo mediático?
Hay modos de recoger este guante. Más claro que el agua y que yo, lo dice Nadia: “Pasamos tiempos duros desde 2015 hasta acá, tiempos que hicieron tambalear la estantería, tiempos necesarios quizás, tiempos para endurecernos, para amucharnos con los nuestros, para reconocernos, para levantarnos, para crear y debatir. Para reforzar las convicciones, para entender que sentarse a esperar no es un plan, para convencernos que las peleas verdaderas se ganan con el corazón y en colectivo. Para descubrir que no es tiempo de tibios ni de roscas pequeñas, porque lo que está en juego es la Patria, es el hambre del Pueblo, es el terror. En eso andamos, creo yo”. Amén.


jueves, 12 de mayo de 2016

Antes de que sucediera

Antes de que sucediera, todo comenzó con un “¡Le apreté la mano a mi conductora!”. Se hacía rogar el famoso 13 de abril, el día “D” en que no sabríamos a ciencia cierta lo que sucedería, pero sí estábamos seguros de lo que debíamos hacer. Finalmente, el abismo estaba frente a nuestras narices. Había que dar el paso, aunque la consecuencia del avance encerrara más dudas que certezas, aunque desconociéramos absolutamente si nos iban a desgarrar el llanto y la desazón, o la alegría; aunque no tuviéramos ni idea de en cuántos pedazos volveríamos a la vida diaria, o si por el contrario la retomaríamos con bastante más entereza. Pero allí estábamos, sobre el 13 de abril, sin haber podido pegar un ojo ni el 12 a la noche, ni por la madrugada.
A las cuatro sonó el despertador del celular, un aviso que nos cacheteaba demasiado temprano como para pretender coherencia en nuestros actos siguientes: mi compañera y yo nos levantamos de golpe, con la certeza de que debíamos cumplir con algún deber, aunque de disipada claridad. Dos zombis que se chocaban entre sí intentando, cada uno, lavarse los dientes, vestirse, calzarse y comer algún pan con manteca hecho a las apuradas, para no salir sin nada en la panza, vió.
Un poco más avispados, bajamos los tres pisos por escalera, atravesamos la puerta de salida y nos encontramos con una intensa llovizna, que nos arrancó una puteada por lo bajo. Un taxi nos condujo a la esquina de la avenida Corrientes y Estado de Israel, al encuentro con otros 50 trasnochados, compañeros de nuestra Unidad Básica, que pugnaban por un lugar debajo de un techo para mojarse lo menos posible antes de iniciar la peregrinación. Las cinco en punto. A la llovizna cada vez más lluvia la enfrentábamos a puro mate calentito y abrazos y cómo estás y cómo va todo.
“Qué día nos espera, ¿no?”, dijo el capo de anteojitos, y enseguida cayó un automóvil cargado con cañas largas y banderas que la tenían a ella, a esa mujer, como protagonista indiscutida.
A las seis, los cincuenta se multiplicaron por tres, y con ellos, los cánticos para empezar a sacudirse la modorra y el agua, pero fundamentalmente para clavar, poco a poco, una posta en un lugar bien preciso de la historia.
Las seis de la matina era una hora bastante irrisoria como para pretender volver; no obstante, una mezcla de rabia contenida y alegría hizo que el “ooooh, vamos a volveeer…” resonara compacto, fuerte como un paredón. Un paredón que, entre otras cosas, supo frenar con hidalguía algunos huevazos y baldazos con agua de un vecino escondido entre la maraña de balcones, irritado con el quilombo mañanero o quizás con nuestras sinceridades.
Arrancó la marcha. Más de ciento cincuenta hombres y mujeres tomaron los dos carriles de la derecha de la avenida Corrientes; todos y todas encendidos, decididos a caminar para allá, no importaba la lluvia, ni si el agua comenzaba a carcomer los cueros y las lonas de las patas, y a relamer las medias. El horizonte era volver a escucharla; escucharla para volver.
“Hay un gorila suelto en la Rosada / Piensa que este pueblo no va hacer nada / Nosotros militamos con el alma y el corazón / Che gorila esa casa es de Perón…”
Había de todo ventanillas afuera de la procesión, aunque mayoría de simpatizantes: tipos que salían para el laburo y saludaban haciendo la “V”; desde taxis hasta naves último modelo que estornudaban bocinazos; una mujer con su niño, seguro que camino al maternal, entre sonriente y nostálgica y emocionada; otra mujer, “vayanalaburarmangadevagos”, a quien la columna de esperanzados se le metió en el camino entre la vereda y el bondi.
“¡Pozo!”, gritaba uno delante de la fila, y enseguida los siguientes a él esquivaban el charcazo con agua al grito de “¡Pozo!”, y así hasta el último. “Che, te llevo la bandera un toque, mirá que la idea es rotar”, se acercó diciendo otro. Si hay algo que desarma y sangra en este inframundo es la solidaridad bien entendida, la que tiene en cuenta al otro quien, como nos ha machacado ella, es la Patria.
Los que portaban termo y mate eran los dueños de la pelota, las fogatas, los paraguas: pícaros, los que carecían de esas armas caminaban rapidito y se acercaban a la patrulla de custodios del mate. Y sí, se colaban en la ronda.
Estaba clareando; por momentos la lluvia amainaba, pero no, las nubes embuchaban agua y al rato la escupían con ímpetu.
“Abran paso, llegó la JP / Del Pingüino, de Chávez, de Fidel / Te llevamos Eva en el corazón / Acá estamos los soldados de Perón…”
El ingreso a las puertas del Obelisco fue apoteósico. A esta banda intensa daban la bienvenida las grandes luminarias, las amarillentas luces callejeras todavía encendidas y, por contraste, los nubarrones de más arriba, en una mescolanza que teñía de naranjas y grises a las banderas.
La cofradía camporista caballitense recorrió Corrientes hasta Leandro N. Alem, e inició su derrotero final hasta el lugar señalado para hacerle el aguante. A ella.
Volvió el aguacero. A un costado, una larga cadena de referentes de nuestra unidad básica –sujetados de las manos– hacía las veces de límite para evitar que la masa invadiera los carriles centrales de la calle. Una especie de acordeón humano, que por la marcha y las frenadas estiraba el fuelle –los brazos de sus integrantes– para luego volverlo a su lugar, y al siguiente tramo volverlo a estirar, y así sucesivamente.
Uno de los eslabones, el capo de anteojos, no daba más. Me ofrecí a sumarme, de modo que la cadena cediera un poco, y él dejara de sufrir tantito así. “No, mejor tomá mi lugar”, me dijo.
Ingresé a la cadena de manos, y me transformé en un eslabón más. Como este bandoneón es la militancia compañera: cada tanto, los lazos se tensan, luego se aflojan, luego se vuelven a tensar, pero todos saben que ese juego tiene por única finalidad enaltecer la solidaridad, llevarla a la máxima expresión posible mientras estemos vivos. Para todos y todas, como le gusta decir a ella.
Empapada, la banda pasó por delante del Sheraton y arribó a Retiro –adonde se sumaron más facinerosos– y prosiguió hasta las cercanías de Comodoro Py. Allí estaban el viejo pícaro y zorro, siempre con ases en la manga listos para pinchar y cantar retruco; las dos hermanas, una tan patagónica y la otra tan porteña, ambas tan bravas; aquel de figura y vozarrón imponentes, resguardando de la llovizna y bajo un abrazo a su pequeña mujer; el pibe siempre generoso y de labia arrolladora; la hormiguita silenciosa; la otra hormiguita, la guerrera y de risa cascabelera; el de corte “galimba”, con su humor genial y su palabra certera.
Una de las compañeras recordó que guardaba en su mochila un nylon gigante, y lo desplegó enseguida con la ayuda de otra, con la intención de marchar debajo del plástico y contrarrestar en parte los efectos del aguacero. El nylon no paraba de desplegarse, daba vueltas y se volaba por el viento, volvía a caer al suelo. “Un fiasco”, pensé y luego dije. Y enseguida debí morfar mis palabras: la segunda compañera peló una tijera y al instante confeccionó ponchitos de nylon. Otra vez, para todos y todas.
El cansancio y la mojadura aplacaban la angustia de no saber qué sucedería. “Confirmado, ya terminó. Sale a hablar en cualquier momento”, dijo el capo de lentes, y entrecruzamos miradas con surcos de agua en el balcón de los ojos.
Los ciento cincuenta que partimos de aquella esquina nos habíamos multiplicado por cientos de miles. A unos pocos metros, un grupo de cumpas cantaba contra la gorilada lejana, bailaba, se reía mucho, desafiaba a la lluvia y también a esta pesadilla liberal que tanto cuesta tragar.
“Muchas gracias por este regalo que me dan de bienvenida y de amor.”
Dijo allá lejos, como a una cuadra y media de donde nos encontrábamos. Una vez más su voz arrolladora, convincente, sus modos tan queribles de maestra ciruela, nos retornaban al centro de un fuego sagrado. Había vuelto, y habíamos vuelto, a importunar esa neblina de mansedumbre tan abrumadoramente individualista que todo lo cubre por estos días. Su voz es una faca bien afilada para propios y ajenos.
“…que seamos capaces de conformar un gran frente ciudadano. (…) Todos con una consigna. Preguntarles, preguntarles a todos y cada uno de los que se acerquen a ustedes: ¿cómo estabas antes del 10 de diciembre? (…). Ese frente ciudadano no tiene que preguntarle a nadie de qué partido viene o a quién votó, tiene que preguntarle: ¿cómo estabas?, ¿cómo estás?, y si querés estar mejor de lo que hoy estás.”
La extrañábamos, nos hacía falta. Hasta ese momento de claridad nos sobrevolaba algo parecido al desconcierto, pero luego de escuchar esa voz entre afónica y rotunda, el ring se desplegaba nuevamente ante nosotros, desafiante. Su voz nos hacía erguir, sacar pecho, ponernos en guardia sin condicionamientos.
Tratábamos de afinar el oído para que cada palabra, cada concepto, se nos internalizara bien. Desde otra columna lejana, un vocinglero entrometía su agudísima voz en el discurso de la conductora, adulándola, contestándole a sus consignas, amándola a la distancia. Lo hicimos callar una, dos, tres, mil veces. No había caso: el tipo estaba sacado.
“Lo que yo quiero volver a recuperar, para todos ustedes, y este tiene que ser el eje del frente ciudadano, es la libertad. Porque los argentinos estamos perdiendo la libertad. ¿A qué libertad me refiero?”
A la izquierda, un puesto de comidas. El humo de la parrilla empujaba a la llovizna hacia arriba y, como un pulpo intangible, introducía sus extremidades en nuestras narices. Cómo garpaba esa flor de hamburguesa con huevo, cuánto colesterol, belleza.
“Una de las cosas que nosotros como proyecto hicimos fue no solamente la igualdad, la igualdad te da libertad porque tenés trabajo y podés decidir lo que querés hacer, porque sos jubilado y te atienden y te dan remedios, porque podés decir lo que quieras frente a una cámara de televisión, frente a un medio, escribir. Lo que tenemos que recuperar, y el Gobierno tiene que garantizar, es la libertad de los argentinos, la libertad de poder expresarse sin censuras, la libertad de poder escuchar a todos.”
Sí, Cristina, nos quedó claro. Vos lo pedís, vamos a por ello.
“Libertad, libertad para volver a crecer, libertad para volver a trabajar, libertad para que cuando uno vaya a hacer una compra no sea una tortura. Libertad, en definitiva, para todos aquellos compatriotas que necesitan volver a creer que el Gobierno los cuida y no que los maltrata.”
--- o ---
“¡Le toqué la mano a mi conductora!”, me había dicho mi compañera de vida el lunes 11 de abril. Ese día, en Aeroparque, cientos se habían acercado a recibir el vuelo que, por unos días, la traía de regreso desde la Patagonia. El huracán sureño recién se estaba desperezando.
Mi compañera, junto a unos cuantos más de la joven guardia de Caballito, se había acercado hasta allí. Imposible arrimarse a la puerta de arribo en una avenida Costanera brotada de automóviles estacionados en cualquier parte.
“Yo estaba en el auto de Néstor, de golpe, se produjo una corrida, pensé lo peor, que nos venían a reprimir o algo así, cerré la puerta, puse el pestillo, pero bajé la ventanilla, y veo venir a un automóvil rodeado de gente, después no sé bien qué pasó, si salí del auto de Néstor o me quedé adentro, lo único que sé es que estiré mi cuerpo, estiré mi brazo, lo metí dentro de la ventanilla del coche que venía detrás y le toqué la mano a ella, no sabés, una mano tan suave, tan hermosa, y ella que se reía y les sonreía a todos, estaba como iluminada, y yo no supe qué decirle y me salió un ´te amo´ medio calamitoso, medio tembleque, pero bueno, fue lo que me salió en el momento.”
Quién se resiste a una caricia. La caricia, en cualquiera de sus formas, tiene un poder curativo y a la vez propulsor. Eso sí, hay que estar receptivo a la caricia y, cuando llega, disfrutarla. Pero luego nos tenemos que hacer cargo de ella, multiplicarla, aplicarla incluso en quienes tenemos pruritos para acariciar. Su voz –la de ella, que también fue una caricia– nos arrulló, pero también nos hizo un llamado a trabajar duro para empezar a correr los nubarrones.
“Gracias a todos y a todas. Los quiero mucho, los quiero mucho. Salió el sol. El sol siempre sale, aun cuando más nublado parezca, el sol siempre sale.”
En esa estamos, Jefa. En esa estamos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Defensa de la alegría






Es difícil el camino hacia la obtención de la alegría absoluta. Mas aún: diría que imposible. Creo que una política posible es la de ir sumando pequeñas alegrías, pasito a pasito, alegrarse por esto y por lo otro, descansar un poco, quizás ingresar en el llano, para volver a brindar en el hito siguiente.
Repensando un poco esta etapa que nos toca atravesar en la historia del país, Néstor Kirchner fue un gran hacedor de pequeñas alegrías, para mi vida y la de muchos.
No bien salíamos de la crisis de 2001, de las muertes de Maxi Kosteki y Darío Santillán a manos de Duhalde, y este tipo (a quien no conocíamos nada y en quien desconfiábamos demasiado) trató de cobarde a la lacra con patillas luego de que éste se bajara de la segunda vuelta electoral. Y enseguida me hizo reir mucho haciendo payasadas con el bastón presidencial recién caído en sus manos.
Volvíamos al llano. En ese momento parecía que todo –todo: la vida política del país– seguiría transcurriendo sin penas ni glorias, como hasta ese momento. Todos los políticos seguían siendo chorros y la política en sí misma era la mayor actividad delictiva. Pero el Pingüino disparó un derechazo al ángulo e hizo bajar el cuadro de Videla en el Colegio Militar. “¡Epa!”, pensé, pensábamos. Flor de pequeña alegría. Y se activaban los juicios y castigos a los represores. Otra pequeña vuelta a la alegría.
La economía se iba reacomodando. De la mano del crecimiento, los salarios también se recomponían. No había desesperación por comprar o vender dólares, y las largas filas para conseguir trabajo iban acortándose con el transcurso de los días. Enseguida sobrevino otro flechazo, cuando el guapo Néstor decidió cancelar la deuda con el FMI, y a otra cosa mariposa. Vayan a controlarle la economía a Magaldi. “Che, qué bueno. Qué bien se siente esto.”
Luego su esposa arribó al poder, con el mismo talento y las mismas ansias por construir, a paso lento pero seguro, un poco más de equidad para todos. Cristina, con Néstor como música de fondo, se plantó ante el más tramposo y oligárquico sector agropecuario. Muchos no entendieron la medida y lograron torcerle el brazo a la pareja presidencial. Y sobrevino algo de tristeza.
Pero enseguida comenzaron a llover alegrones, e intuyo que Néstor tuvo mucho que ver. Se reestatizaron las jubilaciones y Aerolíneas Argentinas, se lanzó la Asignación Universal por Hijo, se repatriaron científicos, se construyeron escuelas como nunca en los últimos 50 años. Se ampliaron las posibilidades de jubilarse y se concretó la movilidad jubilatoria, con dos aumentos por año para quienes nos anteceden en la historia de este país.
Sentimos pequeña gran alegría, no sólo por nosotros, sino también por aquella pareja de locos, y por sobre todo por aquellos que nunca, pero nunca antes, habían obtenido una puta respuesta por parte del Estado.







Y Néstor volvió nuevamente al ruedo. Recuerdo que fue como presidente de la Unasur, sitial desde el cual nos habló de la necesaria unidad latinoamericana. Nos habló de un futuro posible, de la obligación de los jóvenes de plantarnos como millitantes políticos. Las circunstancias históricas o la pura casualidad hicieron que muchos brotes de Néstores y Cristinas empezaran a aflorar –antes y después de ellos– por todos lados. Evo en Bolivia, Lugo en Paraguay, Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Mujica en Uruguay, Correa en Ecuador…
Los pelotudos revoltosos, los que nos gusta el asado con tinto, los negros de mierda, los viejos anarquistas de siempre, las que se embarazan para conseguir un Plan Trabajar, los paraguas y bolitas que se vienen a atender a nuestros hospitales, los que les quitan el laburo a los argentinos, los que no vemos o no queremos ver que el país se va a la mierda, los que condenamos el genocidio de los ´70, los que no le contestábamos al tachero facho o a la familia entera también facha, aguantamos, contuvimos el amor. Pero ya no pudimos más. Nos empezamos a juntar, a hablar, a contradecir al apátrida. Nos rejuntamos y estamos empezando a ganar valor. Parece que somos muchos, parece que también podemos meter miedo, así de ignorantes y ciegos como nos ven. Pero no. No manejamos la misma visión de las cosas. Por suerte, aprendimos: tanto de los viejos tiempos como de los hijos de puta que nos sometieron hasta el cansancio.
Ni en pedo queremos meter miedo. Nuestra acción revalida el respeto, la pasión, el profundo amor por el más desposeído. Nuestra acción pasa por escudriñar lo más posible en las diversas formas de empatía: en aquella pequeña gran acción que podemos nombrar “ponerse en el lugar del otro”. Ponerse en el lugar del otro, doler, llorar y reir con el otro lo más posible. Y desde esa perspectiva pensar, criticar, trabajar, redoblar la apuesta, amasar buena ideología “buena leche”. Nos interesa mucho más practicar la hermandad que soltar la mano. Nos convoca la alegría. La que se gana paso a paso, lenta y seguramente. Eso me enseñaste, Néstor. Nunca menos, Cristina.

He aquí un poco más de alegría. Para nosotros:
http://www.youtube.com/watch?v=DkFJE8ZdeG8&feature=share

jueves, 13 de octubre de 2011

Somuncurá, la ceca de la Patagonia






Publicado también en http://www.viajando.travel/










Nunca he visitado el lugar. Y no sé todavía cuándo lo visitaré. No obstante, un susurro frío y lejano me zumba en el oído desde hace varios días, despertando mi curiosidad por esta región patagónica. La meseta de Somuncurá me está llamando. Todavía no la fui a visitar; no obstante, la hago mía a través de narraciones, fotos, mitos. La evoco en esta nota, en parte utilizando la propia imaginación. En definitiva, qué es un viaje sino evocación pura, pura imaginación.
Guardo la esperanza de que este acercamiento, este reconocimiento mutuo entre los susurros patagónicos y las palabras que tecleo, sean el principio de un idilio que -estoy seguro- pronto experimentaré en carne propia.
Tomo mis recortes; me acerco a un mapa de Argentina. Googleo, saco mis conclusiones. La primera localidad sobre la que me debo informar es Los Menucos. Se trata de una pequeña ciudad patagónica, ubicada al sur de la provincia de Río Negro, y perteneciente al departamento 25 de Mayo.
Estoy caminando por sus calles. Es una localidad de familias nucleadas por una actividad principal: la ganadería ovina. Las casas son bajas, perdidas en la lontananza, y en sus construcciones predomina la piedra laja. De acuerdo a la data recogida, Los Menucos está a 342 km. de Bariloche por la Ruta Nacional Nº 23, de ripio; y a 492 km. de Viedma por la misma ruta, pero asfaltada.
Lo siguiente que hay que saber es que, para conocer la meseta de Somuncurá, lo mejor es tomar contacto con la gente de Meseta Infinita.
“En Meseta Infinita somos un grupo de productores rurales organizados cuya actividad central es la ganadería ovina y las artesanías. Complementariamente, ofrecemos actividades turísticas para disfrutar de la meseta de Somuncurá y la estepa patagónica, con un objetivo común: el desarrollo sustentable del turismo cultural y natural. Se trata, en muchos casos, de la tercera generación de productores ganaderos y artesanos de la región, por lo que las prácticas productivas forman parte de nuestro ADN”, comenta Eugenia Ordóñez, coordinadora de Meseta Infinita. Y prosigue: “La iniciativa surgió en agosto de 2008, en busca de nuevas alternativas económicas sustentables que permitieran paliar la grave situación de sequía y el proceso de desertificación que viene atravesando la zona.
Entonces, se convocó a aquellas personas de la comunidad interesadas en incursionar en la actividad turística. Desde ese momento se trabajó intensamente en la puesta en valor de los recursos turísticos de la región, en la capacitación de los productores y en la construcción de nuestra propuesta turística”.

ALGUN LUGAR ENCONTRARE.
Desde mi lugar de viajero imaginario, decido primero pasar una noche en Los Menucos, para lo cual es posible alojarse en dos establecimientos rurales o en una casa.
Puertas adentro de las alternativas de alojamiento, el desayuno, el almuerzo, los mates de la tarde y la cena se erigen como momentos indescriptibles para conversar con los anfitriones sobre las actividades a realizar, así como sobre la historia, mitos y leyendas de la región.
Ya casi la puedo palpar: una mesa familiar, con manteles de tela en cuadrillé rojo y blanco; un niño en la punta, sentado sobre una típica silla alta especialmente construida para los “locos bajitos”, junto a su mamá; pan caliente y crocante, recién salido del horno. Un tinto de mediana calidad, muy reconfortante en este frío patagónico. Un hogar a leña que reparte chispas con generosidad. Corona la mesa la llegada de un brasero que despide un aroma exquisito: un cordero patagónico con salsa de hongos.
Entre bocado y bocado de tierna carne embebida en salsa, entre sorbos de vino y calor de hogar, los dueños de casa y los visitantes vamos desmenuzando cuitas, nos medimos, nos sinceramos, nos contamos historias personales y ficticias, y nos reímos mucho.
Mitos de la meseta, como el de la “piedra rodadora”. Cuenta la leyenda que cada tanto aparece una piedra que rueda y va dejando rastro. Quien la encuentra es beneficiario de muchos favores; no obstante, hay que tener cuidado porque también suele quitar, es una “piedra del diablo”.
Dice Ordóñez: “Es que a través de nuestra propuesta se comparte la mesa con la familia. Se genera un vínculo muy fuerte entre visitantes y productores, ya que estos últimos están abriendo las puertas de su propia casa. La atención, sin dudas, está atravesada por la impronta local. Una vez, unos turistas que experimentaron Meseta Infinita afirmaron: `(Los productores)…no solo se desvivieron por atendernos como clientes, sino que nos brindaron el corazón en cada cosa que nos ofrecieron´. Eso es lo que nos diferencia: se recibe a los visitantes con el corazón”.
Tanto arrullo, tanta calidez de familia da paso a un descanso reparador. A la mañana siguiente, bien temprano, es la partida. El camino hacia la meseta de Somuncurá es una inmersión en un territorio hecho de cañadones, sierras, planicies y viento.

HACIA LA MESETA.
Lo que sigue no sé si es territorio de la ensoñación o la realidad. Pero vale la pena describirlo. Estoy ascendiendo un camino sobre una 4x4. Entre las manos de los que estamos en la cabina discurre un mate caliente, compañero de ruta, que va y viene. A ambos costados del ripio hay matas, como estrellas puntiagudas de oro. Linda combinación la de la soledad y el viento patagónico; te volvés chiquito, indefenso, un pedregullo en la trocha de la vida. Alrededor predominan los ocres y los dorados.
Como primera parada el guía elige las ruinas de Inalef, un viejo poblado de casas construidas en piedra y barro hace un siglo, que desapareció tras la crecida de una laguna hace 30 años. Hoy las edificaicones están nuevamente a la vista.
En mis manos tengo una postal que humea. Emana de ella un olor riquísimo, proveniente de esos corderos en cruz que con orgullo exhibe el hombre de campo, bajo una arboleda apenas aguijoneada por los rayos del sol. Un contundente almuerzo regado con tinto puede ser la siguiente parada luego de las ruinas.
Mis recortes de información –y también mis aportes de imaginación– me suben nuevamente al vehículo que, seguramente, se internará en un fascinante laberinto de cañadones, sierras y planicies pegados como estampas sobre un terciopelo azul, el cielo.
Me desasno y aprendo que la formación de esta extensa meseta fue consecuencia de procesos volcánicos ocurridos durante millones de años. Hoy el paisaje –área protegida de aproximadamente 3,5 millones de ha.– une el centro de Río Negro con Chubut.
Bajamos de la 4x4. Sin decir palabra sobre lo que acontecerá, mi guía imaginario nos conduce a la siguiente foto. Observo la foto y pienso una vez más lo fascinante que debe ser ese lugar: es una especie de cráter rodeado de formaciones arenosas y achaparradas, con una laguna clavada en su interior. Las matas rubias esparcidas a un lado del espejo de agua nos remiten nuevamente a la soledad y la libertad que desprenden estas tierras.
“Meseta Infinita es una propuesta única, que permite entrar en contacto con la realidad más profunda de la Patagonia, vinculándote directamente con sus comunidades. Con ellos se visitan los lugares más recónditos de la región y se comparten las costumbres de la gente local. Todo esto enmarcado por la impactante infinitud de la región y la pristinidad de su tierra”: así es como Ordóñez me traslada hacia esa región patagónica.
Con una pluma cargada de tinta china negra, la noche dibuja sus primeras líneas. No he estado allí, y sin embargo, sí estoy: me imagino ahora bajo ese universo de incontables estrellas, acampando entre el frío de la patagonia y la calidez de mis posibles compañeros. Desde aquí frente al teclado, pero también allí, voy masticando este proyecto, moldeándolo como a una plastilina. Somuncurá: nos mediremos frente a frente; no falta mucho para que, espalda con espalda, gritemos al mundo nuestras ansias de libertad, nuestra soledad.

PARA SEGUIR DESCUBRIENDO LA MESETA
Los integrantes de Meseta Infinita despliegan varias alternativas para descubrir y redescubrir la región. Entre ellas:
-Cultura productiva: circuito que permite adentrarse en las prácticas cotidianas de la región. Cría de ganado ovino, de choiques, manejo de guanacos en silvestría y artesanías en lana.

-Rastros del pasado: para adentrarse en la historia remota de la región, conociendo algo de su paleontología, arqueología e historia de su poblamiento. Es posible observar restos marinos de 65 millones de años ya que, aunque parezca increíble, en algún momento el mar bañó estas tierras.

-Desde las artesanías, rescatando la cultura: las artesanas de la Cooperativa Gente de Sumuncurá (sí, con “u”) invitan a conocer y aprender las técnicas de hilado, teñido natural y tejido a telar, que se han transmitido de generación en generación, desafiando al tiempo.



"UNA CONEXION CON UNO MISMO Y CON LA TIERRA."

Por Eugenia Ordóñez

Recomiendo esta experiencia a aquellos viajantes que buscan lugares inexplorados, vírgenes; a quienes les interesa el contacto con la población local. También a los aventureros, que desean llegar más allá del horizonte. A quienes están interesados en conocer la fauna autóctona de la Patagonia. En definitiva, a todos aquellos viajeros que quieren vivir una experiencia inolvidable. Se trata de una conexión con uno mismo y con la tierra. Es compartir con gente auténtica los placeres simples de esta vida. Decimos que “Meseta nos propone un viaje al interior de la propia vida”. Allí no hay carreteras ni poblaciones: solo algunos puestos aislados donde osados pobladores realizan su actividad ganadera y se debaten con el viento, que siempre amenaza con romper el silencio infinito.

TIPS PARA EL VIAJERO
Ubicación
La meseta de Somuncurá se localiza en la región centro-sur de la provincia de Río Negro. Los Menucos es la localidad de referencia, y se sitúa en la intersección de la Ruta Nacional Nº 23 (que une San Carlos de Bariloche con Viedma) y de la Ruta Provincial Nº 8 (que va hacia General Roca y el valle del Río Negro). Esta última se encuentra totalmente asfaltada en dirección a Viedma. Los Menucos está a 492 km. de Viedma, a 342 km. de Bariloche y a 270 km. de Neuquén. Los establecimientos nucleados en Meseta Infinita se encuentran distribuidos alrededor del pueblo, en un radio aproximado de 70 km. hacia todas las direcciones.

Cómo llegar
Aerolíneas Argentinas y LAN tienen vuelos a Viedma y San Carlos de Bariloche.
Desde allí es necesario tomar un ómnibus hacia Los Menucos. Los servicios de ómnibus disponibles son:
-Empresa 3 de Mayo Línea Sur: une los Menucos con San Carlos de Bariloche, Viedma y General Roca. Tel.: (02944) 430303.
-Empresa Las Grutas: también une Los Menucos con San Carlos de Bariloche, Viedma y General Roca. Tel.: (02934) 422573 o (2944) 427698.

Alojamiento: los paquetes turísticos que ofrece Meseta Infinita incluyen alojamiento, comida y transportes (en el caso del transporte, se excluye los traslados de llegada y de salida desde Los Menucos).

Informes: (02944) 15-613100/info@mesetainfinita.com.ar.

viernes, 5 de agosto de 2011

Ser prolíficos



Ser prolíficos,
Ahora y en todas las horas de nuestra vida
Ser prolíficos.
Amar con todo lo que se pueda:
Con la mente, los ojos y las uñas.
Amar a nuestra mujer, a nuestro hombre;
Amar al amigo, al hijo y, si se puede,
a nuestra propia sangre.
Respirar todos los aires: ¡respirar!
El hielo de la noche que se muere,
Respirar la brisa,
Atrapar toda la bosta de un suspiro.
Ser prolífico en la vida, en la luz.
Paralizarse de miedo, enfriarse como un rolito;
Abrir todos los vinos
Y brindar hasta que la zanja
Sea nuestra almohada más mullida.
Parir, tener cien hijos.
¡Escribir! Acariciar las letras,
Almidonar alguna frase, afear otra.
Escribir hasta sangrar hasta doler hasta reir.
Dejar millones de páginas a nuestro paso.
Cincelar los adjetivos, cagar la letra, ¡escribir!
Hacer proliferar los buenos sueños,
Las manos entretejidas.
Hacer proliferar la empatía;
Ponerse siempre en el lugar del otro y sentir.
No hacerse el gil:
Sentir las cejas cargadas de mugre, el sol en la jeta,
El vino rancio, como una lija atravesando la gola.
Gritar la injusticia, atacarla;
Juntarse con los que gritan.
Ser prolíficos en los abrazos.
En suma, hacer proliferar
Espalda contra espalda
Las espadas contra el egoísmo.

jueves, 21 de julio de 2011

Buenos Aires no es para todos

Este informe, perteneciente a los periodistas Manuel Alfieri y Fernando Pittaro, fue publicado en el diario Tiempo Argentino del 20 de julio. Para continuar reflexionando de cara al balotaje en Capital Federal.

En los últimos días, la gestión de Mauricio Macri volvió a mostrar la desidia y el fracaso de su política hacia los sectores más vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires. El detonante fue la muerte de un bebé de un año y medio, Benjamín César Santino Paja, al incendiarse el miércoles de la semana pasada un edificio que el gobierno porteño administraba en La Boca. En ese supuesto “hogar de tránsito”, hacía una década que 120 personas vivían hacinadas y en extrema precariedad.El episodio reveló la lógica con que el macrismo decidió tratar la emergencia habitacional en la Capital Federal: oponiendo “la defensa del espacio público” a los derechos de quienes están en situación de calle; hombres, mujeres y niños que luego de los desalojos vuelven quedar sin techo o terminan invisibilizados en hogares como el de La Boca y paradores que, por su criterio de admisión, llevan al desmembramiento de la familia. Y como solución económica, se les ofrecen subsidios y créditos hipotecarios a los que, paradójicamente, casi nunca están en condiciones de acceder.La muerte de Benjamín ocurrió a poco más de un mes del desalojo del asentamiento La Veredita, en Villa Soldati. Tras la destrucción de sus viviendas, las 200 familias que fueron corridas por las topadoras de Macri y su ministra de Desarrollo Social, María Eugenia Vidal, volvieron a quedar libradas a su suerte. Este diario pudo confirmar que ya no se encuentran en ninguno de los techos transitorios que ofrece la Ciudad. Después de entregarles una primera cuota que va de $ 700 a $ 1200 de subsidio, el gobierno se desentendió del asunto. Así lo confirmaron a Tiempo Argentino Lisandro Teszkiewicz, de la ONG Abogados por la Justicia Social (AJUS), que representó a parte de los desalojados, y Gustavo Moreno, asesor tutelar ante la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad. “Muchos no van a cobrar las otras cuotas, porque, por ejemplo, se exige presentar un recibo de alquiler válido AFIP: si vos conseguís por esa plata que te alquilen una pieza con un recibo válido AFIP, yo te levanto un monumento”, ironizó Teszkiewicz. En el mismo sentido, Moreno agregó que “Macri viene incumpli endo todas las medidas cautelares que dictó la justicia” en relación a la entrega de los subsidios, ya que dos magistrados habían dictado que se realizara en un único pago de $ 7200.Por otra parte, en las cuadras que se conservan de La Veredita siguen viviendo en condiciones paupérrimas unas 370 familias, incluidos 1300 chicos, según el cálculo de los propios habitantes. Después del desalojo de sus vecinos, les cortaron la luz, y las ambulancias y camiones de basura dejaron de ingresar.Claudia Carabajal es tucumana y llegó hace un año y medio al asentamiento. Después de pasar por la Villa Cartón, hoy aguarda por un departamento que le prometió el gobierno. “En abril salió la primera tanda y sigo esperando”, contó. Su techo lo comparte con 20 personas más. Tiene gatos para espantar a las ratas y el inodoro es un tacho que trata de mantener limpio con lavandina y agua. Claudia sale a cartonear tres veces por semana en la zona de Flores. “La única ayuda que tengo es la tarjeta Ciudadanía Porteña, que da $ 150 para comprar mercadería por mes. Las asistentes sociales saben nuestras necesidades, pero no hacen nada”, se lamentó.Al lado de su casilla hay otra igual de precaria. Ahí viven hacinadas 15 personas que el viernes pasado no paraban de llorar. Era el dolor por la muerte de Ricardo Tolosa, un bebé de apenas tres meses que había fallecido el día anterior. Era el hijo de Daniel y Analía, de 20 y 19 años, respectivamente, que atribuyeron la muerte de Ricardo a las condiciones de vida infrahumanas a las que están sometidos. Desconsolada, Analía relató que “el bebé había nacido con problemitas de bronquios. Fue al hospital, estuvo internado 20 días, le dieron el alta y lo trajeron para acá. Pero con el frío que hizo esos días la neumonía empeoró y falleció.”A pesar de estas condiciones tan difíciles, la mayoría de las personas en situación de calle evitan pisar los paradores de la Ciudad, que están bajo la órbita de Desarrollo Social. La principal razón es el desmembramiento que suponen para las familias ya que, salvo uno, todos separan a los hombres de las mujeres y los niños.“No quieren ir a los paradores. Ya saben cómo es. Todos le tienen terror, porque te separan”, contó Norma Andía, que está a cargo de la asociación civil Colectividad Boliviana Unida 6 de Agosto, un comedor popular que abastece a varios de los habitantes humildes de la zona (ver recuadro). “Estar en esa situación sin tu familia, sin tus amigos, es lo peor que te puede pasar. Además, tienen que salir durante el día y volver a la noche, y con este frío, ¿adónde van a ir?”, se preguntó Andía.Para Mabel López Oliva, quien está a cargo de la Asesoría Tutelar Nº 1, “no se encuentra ninguna lógica para desmembrar familias, salvo casos de extrema precariedad donde se provoque alguna situación de violencia”. La asesora tutelar, que se ocupa de controlar el funcionamiento de los paradores que reciben a niños y adolescentes, agregó que “incluso uno podría cuestionarlo desde el punto de vista de los tratados internacionales que velan por la convivencia familiar de los chicos”.Tiempo recorrió cinco de los paradores de la Ciudad. Uno de ellos está ubicado en el barrio de Retiro, sobre Gendarmería Nacional 522. Brinda asistencia a 160 personas por día y sólo aloja a hombres mayores, entre las 6 de la tarde y las 10 de la mañana. Cumplido ese plazo, deben abandonar el lugar. Por eso, cada día, desde las 13 se puede ver a unas 100 personas haciendo fila para conseguir un cupo a las 18, cuando se abren las puertas. Igual situación se repite en el hogar Azucena Villaflor, para mamás con niños.Oleh Klymvshko, de 43 años, es un ucraniano que hace once años vive en Buenos Aires y habla perfecto castellano. En 2010, lo echaron de la fábrica en la que trabajaba, se quedó “sin nada” y empezó a vivir en plazas. “Desde Asistencia Social me dijeron que tenía que presentar un domicilio para cobrar un dinero mensual. ¿Pero qué voy a presentar? ¿El banco de Parque Lezama?”, se quejó Oleh, que ahora vive de parador en parador. “Me puedo bañar y tomar algo caliente, pero esto no es solución –admitió–. Lo que quiere la gente que está acá es trabajar. Cuando estás en la calle, todo es rechazo.”En ese sentido, López Oliva remarcó que “el parador es apenas un abrigo, pero nunca es una vivienda digna”. Para la asesora tutelar de menores, “los paradores tienen sentido en el marco de una política progresiva que tienda a generar precariedad habitacional cero o mínima, pero como no hay articulación entre las distintas áreas del gobierno, entonces la gente vuelve a la calle y termina siendo ‘cliente’ del sistema, porque esa cuestión estructural no se resuelve con un subsidio”.En mayo pasado, López Oliva presentó un amparo ante la justicia porteña por el pésimo estado edilicio y de funcionamiento del parador Costanera Sur, el único que recibe a familias completas y que fue inaugurado dos años atrás. Además de refacciones, exigió la elaboración de un protocolo que articulara con el resto de los ministerios y efectores de vivienda del gobierno. “Primero, hice el reclamo administrativo en varias oportunidades, incluso le mandé oficios a la ministra, pero no tuve respuesta”. El 24 de junio pasado, la jueza Andrea Danas ordenó que el Ejecutivo hiciera lugar a los pedidos y los concretara en diez días. “No cumplieron con los plazos y lo denuncié ante la jueza. Finalmente, algunas obras se hicieron pero otras están aún sin terminar”, explicó López Oliva. En cuanto a los subsidios que ofrece Desarrollo Social, además de las dificultades para mantenerse dentro del beneficio, el abogado Teszkiewicz explicó que de ser un dinero pensado para fortalecer los ingresos destinados a la vivienda –lo que muchas veces impedía un desalojo–, en 2008, con el decreto del 960, el macrismo lo redefinió como un subsidio para gente en situación de calle. “Es decir que ya no podés acceder si no estás desalojado”, resumió.Se estima que Desarrollo Social entrega una cantidad de 5000 subsidios por año, lo que supone un total de 20 mil “desalojados”, tomando como base una familia tipo de cuatro integrantes. “Pero la plata no alcanza, porque en tres años, con esta política, cada vez hay más gente con necesidad crónica de subsidio, que pasan a engrosar un stock”, señaló Teszkiewicz. Esto hizo que en agosto pasado la cartera que dirige Vidal tuviera que cerrar sus puertas por 20 días, ya que se había quedado sin fondos que entregar.Otro tanto sucede con el dinero del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) para construir casas. Con el macrismo, el IVC devino en un organismo de crédito con parámetros casi iguales a los de un banco comercial, con la única diferencia que otorga cuotas bajas y una tasa blanda: hasta 165 mil pesos si se trata de un individuo y hasta 165 mil pesos por unidad a construir en el caso de una cooperativa. “Pero desde 2008 que no se inicia ninguna nueva obra por cooperativa y se paralizaron las que estaban en marcha. En distintos momentos, se fue frenando la liberación de los pagos, lo que impide que se continúe la construcción”, aseguró Teszkiewicz.El IVC tenía a su cargo el edificio incendiado donde murió Benjamín. Era parte de su programa de Rehabilitación La Boca, que incluye la remodelación de los conventillos del gobierno y la entrega de créditos para una solución habitacional definitiva. La legisladora de la Coalición Cívica Rocío Sánchez Andía informó que “la ejecución del primer trimestre de 2011 para ese programa fue sólo de 0,11% de los $145.375.000 que tiene asignado”, y que “en 2010 sólo se ejecutó el 5,19% del monto otorgado”. Sánchez Andía agregó que el edificio siniestrado era uno de los cinco hogares de tránsito que utiliza el IVC y que “todos se encuentran en condiciones de infraestructura deficitaria”.De esta forma, a pocos días del ballottage en la Ciudad, el macrismo vuelve a dejar en evidencia su fracaso en materia de emergencia habitacional. Claro que eso, desde cierto punto de vista, no puede considerarse síntoma de ineficiencia: tal vez se trate de una meditada decisión política.

miércoles, 22 de junio de 2011

De un lado o del otro






En la mayoría de los aspectos -sino en todos- la vida de los hombres está atravesada por elecciones. Se elige, aun siendo un gurrumín, entre gatear y comenzar a caminar. Se elige comer o no hacerlo. Se elige, más adelante, convivir en el seno de nuestro núcleo familiar, o rebelarse contra él o parte de él. Hay también elección en la emancipación, en la sexualidad, en la vocación y en los afectos que nos rodean. Y, en cierto modo, también existe elección en la tipología de hombre o mujer que más nos agrada tener a nuestro lado.
La elección está presente en la música que nos alegrará la vida y en la que apaciguará nuestras tormentas. Y en si abrimos un paquete de papas fritas o mejor nos cuidamos esta semana consumiendo más vegetales y frutas. Hay elección en tender una mano, o en pensar un poco más en nosotros porque no es el momento de afrontar un acto solidario.
Hay también elecciones colectivas: aquellas a las que arribamos a partir de ciertas concordancias con el otro, para alcanzar un objetivo favorable a todos. Y la lista sigue indefinidamente.
Claro que -no seremos tan idiotas de autoengañarnos- somos seres condicionados, tanto por factores inherentes a nuestras historias personales como por las circunsancias externas que nos rodean: una molesta bolsa de ingredientes que nos determina a la hora de adoptar una decisión. El filósofo, escritor, dramaturgo y muchas otras cosas más francés Jean-Paul Sartre (París, 1905-1980) dijo una vez: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Aunque el mismo hombre consideraba que el ser humano está "condenado a ser libre", es decir, arrojado a la acción y responsable plenamente de la misma, y sin excusas.
En este contexto, y siendo partícipes más o menos activos de la construcción de una nación -su historia, sus aspectos culturales, sus aciertos, sus errores, sus revueltas populares, sus gobiernos-, pienso que todos arribamos, tarde o temprano, a un momento en nuestras vidas en que debemos elegir. Optar por caminos bien opuestos; elegir entre dos sendas, con diferencias a veces sutiles y otras muy pronunciadas, pero pefectamente identificables por el signo que las caracteriza, una frente a otra.
Por si hace falta decirlo, en esta hipótesis desplegada los grises también juegan un papel nuclear, en tanto pliegues cargados de tolerancia o bien de crítica que intenta aportar a la construcción social de una convivencia inclusiva. No obstante, empujo: existen ejes que sólo aceptan matices, pero no vacilaciones. O se está de un lado o se está del otro.
Todos los días comprobamos, como habitantes de una comunidad que integra una nación -en este caso, Argentina-, que la convivencia social está signada por la fragilidad. Partiendo de la premisa de que el hombre es esencialmente bueno -no tengo conocimiento de ningún bebé asesino, timador, malvado o estafador-, en el marco de esa fragilidad cada uno de nosotros adopta decisiones y conductas para que la quebrantable convivencia resulte la mejor posible: condenamos la pobreza cruel -patentizada cada día en las más crudas postales urbanas-; tratamos de brindar nuestra asistencia a aquella anciana que necesita subir al colectivo; nos alegramos porque, por fin, el asfalto ha llegado a nuestra calle; armamos una comisión en el barrio para exigir a nuestros gobernantes un tendido eléctrico o cloacal que mejore la calidad de vida de todos los vecinos; etcétera.



COMO NUNCA ANTES.
Así las cosas, y teniendo en cuenta que estamos atravesando una etapa de álgidos debates, en esta instancia viene mi pregunta: ¿Por qué una franja de población vacila o, lo que es peor, condena, medidas adoptadas a favor del bien común, todas ellas absolutamente comprobables y nunca antes adoptadas por gobiernos anteriores?
Vayamos recorriendo los tópicos que, a mi entender, deberían gozar de consenso sin cuestionamientos.
Mucho se ha avanzado en el terreno de los Derechos Humanos de 2003 a esta parte, condenando uno tras otro a jerarcas y subordinados militares que cometieron todo tipo de atrocidades durante la dictadura: desde torturas hasta fusilamientos, pasando por apropiación ilegal de niños y robos durante sus oscuros operativos. ¿Qué hay de condenable en la aplicación de justicia a estos delitos? A quienes exigen la misma mano dura que en otras épocas, ¿Qué les sucedería si un nefasto personaje armado les sustrajera a sus hijos del núcleo familiar, y los hiciera desaparecer en el aire para siempre, como por arte de magia? ¿Cuál es el error en el hecho de que se haga cumplir la Ley y la Justicia en relación con los crímenes de lesa humanidad? ¿Qué hay de malo en que el Estado juzgue y condene a quienes, ocupando en otros tiempos un rol dentro del Estado, levantaron reprimendas contra su propio pueblo, en lugar de protegerlo?
A un año de haberse implementado, la Asignación Universal por Hijo llega a 1.927.310 hogares distribuidos en todo el país, y cubre las necesidades (mínimas) de 3.684.441 niños. Una pequeña -pero invalorable- gota de aporte en la redistribución de la riqueza. Antes de este programa, el 62% de los niños de nuestro país (nuestro futuro político, científico y cultural) no estaba cubierto por planes sociales nacionales. A partir de este hito, se incrementó hasta un 40% la vacunación y se elevó un 40% la inscripción en el seguro médico estatal Plan Renacer. Y la matrícula escolar, se sabe, aumentó un 25%. ¿Cuál es la crítica a que nuestros niños sean tratados como lo que son, niños, y que reciban los mayores cuidados posibles? ¿Creen de verdad que la mayoría de la población beneficiaria de la Asignación Universal por Hijo gasta ese dinero en “juego y droga”? ¿No reflexionan que quizás ese dinero derive en alimentos, higiene, ropa, imprescindibles para el sano crecimiento de cualquier niño? ¿Por dónde pasa la crítica al hecho de que los más necesitados sean por fin tenidos en cuenta?
¿Por qué, en tiempos de inundaciones o catástrofes naturales, es tan fácil acercar ropa y alimento a quienes más lo necesitan, y en cambio se nos hace tan cuesta arriba tender -o dejar que el Estado tienda- una mano al boliviano, al peruano, al argentino en condiciones de extrema pobreza? ¿En dónde radica la diferencia? ¿En el morbo de presenciar cómo el río arrasa con las viviendas?
El traspaso de las jubilaciones a manos del Estado y la disolución del sistema de AFJP posibilitó que los fondos de todos los argentinos destinados a jubilaciones abandonaran la ruleta financiera -con sus consecuentes millonarias pérdidas- para pasar nuevamente a un sistema con respaldo estatal. De manera complementaria, el haber mínimo jubilatorio pasó de $ 150 en 2003 a cerca de $ 1.200 por estos días; y la Ley de Movilidad Jubilatoria (Nº 26.417), que entró en vigencia en 2009, pone en marcha incrementos anuales en las actuales jubilaciones. ¿Por qué estría podría llegar a ingresar una crítica a este conjunto de decisiones? ¿Realmente alguien querría presenciar la paulatina desaparición de sus fondos jubilatorios a manos de las AFJP?
Pasemos revista a la educación. En la actualidad, y en respuesta a lo que exige la Ley de Financiamiento Educativo, el 6,47% del PBI se destina a presupuesto educativo, de ciencia y tecnología. Cuando Néstor Kirchner arribó al gobierno se utilizaba el 2% del PBI en educación, y casi el 6% para pagar deuda. Hoy esa ecuación se invirtió: en 2010 se destinó el 6,47% del PBI a educación y sólo el 2% al pago de deuda. Aleatoriamente, se implementó la educación secundaria obligatoria, y se mejoró el piso salarial docente en un 402%. ¿No es necesario un pueblo educado? El argumento de los irreflexivos es: “Este gobierno necesita un pueblo ignorante para someterlo cada vez más”. Pero con estos número queda demostrada la feroz apuesta en la educación. Entonces, ¿por qué lado le entramos a la falacia de la necesidad de un pueblo ignorante?
Hablemos de fuentes de trabajo: entre 2003 y 2010 se crearon más de 2.400.000 puestos de trabajo formales. Lo que se patentiza día a día: las largas colas de búsqueda de empleo, postales heredadas del neoliberalismo de Menem y De la Rúa, resultan hoy mucho menos frecuentes que en 2001 y 2002. Además, la vuelta a la celebración de paritarias ha posibilitado a todos los asalariados sentarse cada año con sus empleadores en una misma mesa de discusión. ¿Acaso es poco? Por supuesto que debemos traccionar para ir por más, pero ¿es poco lo conseguido? ¿Acaso no cuenta la estabilidad laboral en nuestras vidas?
Habrá quien piensa: “Lo que tengo lo hice deslomándome cada día”, que equivale a decir: “No dependo de ningún político. Son todos chorros”. ¿De veras podemos continuar planteándonos nuestra participación en la vida civil en estos términos? ¿Por qué, de una vez por todas, no tomamos conciencia de que hasta el precio del tomate o de los huevos, o nuestras próximas vacaciones en Santa Teresita, están además determinados por políticas de gobierno, por decisiones políticas?
Ante estas demostraciones, que corroboran que se está transitando un camino que persigue la mejor convivencia posible -la convivencia que en su discurrir incluye al otro, que apela a cierta composición de desinterés y generosidad que tantas veces ha caracterizado a los argentinos-, cabe preguntarse también por qué los pensamientos de una buena parte de nuestra población fueron invadidos por afirmaciones basadas en argumentaciones falaces.
Señoras, señores, aprovechemos la ola para desertar, de una vez por todas, de la apatía y el analfabetismo político. El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht (1898-1956) dejó escrito en uno de sus textos: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.

DE COMO PONERSE A LABURAR.


Señoras, señores, según mi modesto entender, se acercan horas de plantarse. De una vereda o de otra. Se vienen tiempos de abandonar el desinterés teñido de rebelión canchera, que no hace otra cosa que dejar parado a sus tenedores en medio de una ciénaga ideológica: un territorio dominado por la idiotez.
Por un momento debemos plantearnos en qué territorio pretendemos permanecer: si en aquel que tiene en cuenta al prójimo o en aquel que simula tenerlo en cuenta, pero que cada vez lo desplaza más hacia la marginalidad.
Por una vez, y hasta el dolor, debemos esforzarnos en la reflexión. Transformar el polvo de las vacilaciones en la patente carnadura de una Latinoamérica pasional, viva, contradictoria, llena de colores. Una Latinoamérica que se asume tal como es, no extranjerizante, tendiente a la inclusión.
Porque a eso apuntaron los próceres que hoy honramos. Bolívar, San Martín, Artigas, O´Higgins, ¿fueron sólo figuritas en los manuales escolares? No: se trató de grandes hombres, a quienes hoy recordamos y veneramos por su potente ideario de una Latinoamérica funcionando en bloque. Si Manuel Belgrano estuviera vivo, ¿con quién creemos que se sentaría a tomar unos mates: con Evo Morales o con Mirtha Legrand?
Se vienen tiempos de poner en marcha el motor del análisis, de exterminar la desidia, de asfixiar el desinterés por cotejar informaciones, de dejar de comprar como pescado barato aquellos símbolos que tienen por única intención instalar, a través de la distorsión, el desgano de sentirnos argentinos. Ya estamos grandes, no podemos hacernos los giles durante tanto tiempo.

“El infierno de los vivos no es algo que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Dos formas hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”. De “Las ciudades invisibles”, de Ítalo Calvino.