Orden y voces
“A la
gilada, ni cabida”. Chabela, pensadora contemporánea.
Silenciar. Acallar. Obedecer. Temer. Lograr
que sólo los más aptos alcancen el éxito conforme a las reglas del mérito. Las
tareas que se ha propuesto el poder de turno sobre su única víctima, el pueblo,
son silenciosas y efectivas. Un tatuador gigante, máquina en mano, presto para
concretar su más espeluznante obra: grabar en cada centímetro de nuestras
pieles todo lo que tenemos permitido, y dar por sentado que todo lo que no
figura en ese big tatoo está fuera de una ley –su ley– y, por lo tanto, será
sancionado con penas dolorosamente máximas.
Con
sus tareas puestas en marcha, el poder de turno no sólo impregna a las pieles
propias, las que le concedieron ese poder, sino que también concreta el sutil
objetivo de dejar esquirlas en aquellas pieles que les son o les fueron más
resistentes.
Genera
dudas e inacción ante hechos en los que sólo cabría la solidaridad, fomenta el
individualismo, desacredita la acción política, destruye construcciones
identitarias. Y al mismo tiempo que corre el eje de problemáticas graves, lanza
al aire miles de espejitos de colores inalcanzables. A no preocuparse, que
siempre, pero siempre, lo mejor está por venir.
Poco
a poco, con algo de astucia y mucho de brutalidad, el poder de turno consigue
moldear una idea de orden, de un tipo de orden por muchos y muchas deseado
luego de tanto caos. Y construye y alinea conceptos detrás de esa idea de
orden, sin detenerse un instante, un concepto detrás de otro. Un malón de
conceptos a medida que van pasando los días, todos ellos sustentados en la
fuerza que, por distintas razones, le ha conferido una buena parte de la
población a este poder de turno.
DERECHITO Y SIN MIRAR
ATRÁS.
Así,
algunas cosas comienzan a “rectificarse”, obsceno entrecomillado. Luego de ser
señaladas por transeúntes, dos chicas besándose en una estación de tren reciben
palo –una mujer policía tira al piso a una de las chicas; un macho policía,
haciendo gala de todo su poder y toda su impronta de miserable historia
patriarcal, atraviesa los límites de ese cuerpo sometido: lo esposa, lo
maltrata, lo toquetea, lo veja–, porque cierta construcción de sentido comienza
a dar crédito a estas conductas en las que “la autoridad” despliega sus tan
singulares modos de paternalismo y de protección de la sociedad, contra estas
atípicas seres cuyas prácticas van contra natura, pensaría la Legrand.
Dice
Roxana: “Adultos que exigen que ´alguien´, un líder, ponga orden. ´Todo se
ordena desde arriba´, dicen, desconociendo que lo que ordena el funcionamiento
social son las leyes, a las que cada uno se somete, y hace cumplir desde su
rol. Por una parte, elude el costo del ejercicio del rol, que implica el
propio cumplimiento, y por otra parte, desde un lugar de hijo, espera que otro
´con más capacidad´ o desde un poder superior lo haga. Espera que sean
otros los que ordenen o apliquen las leyes, y otros los que se ubiquen y no se
propasen. Desresponsabilizarse y echar la culpa a otros no es sin costo”.
Los cortes de calle por un reclamo social o salarial pasan a ser actos de una inadmisible delincuencia que merece condena. Que, al fin y al cabo, demasiado relajo había, y yo también tengo derecho a llegar a mi laburo.
Los cortes de calle por un reclamo social o salarial pasan a ser actos de una inadmisible delincuencia que merece condena. Que, al fin y al cabo, demasiado relajo había, y yo también tengo derecho a llegar a mi laburo.
Y
los desaparecidos, ah, los desaparecidos. No eran 30 mil, no eran 30 mil, no
eran 30 mil. Apenas siete mil, y los ángeles no eran tan ángeles y los demonios
no eran tan demonios.
Como
dijimos, las astillas de imposición de este nuevo orden laceran también a los
hombres y mujeres de la calle que oponen cierta resistencia. Entonces, amor
mío, si queremos ir a la marcha del 24, mejor hablemos con tu madre a ver si
puede cuidar a los niños, o quizás con mi hermana. Entonces, amor mío, andá
vos, no es momento para exponer a los nenes, no viste los quilombos que se
arman. Entonces, amor mío, llevate DNI que allá por Avellaneda los canas se
suben al bondi y te lo piden, y si te lo piden y no lo tenés... Entonces, amor
mío, mejor no te metas. Entonces, amor mío.
En
palabras de Cinthia: “En tiempos como los que corren queda más en evidencia la
cultura del ´No te metás´. A veces para resguardar algún pedacito de pellejo
propio, y otras veces ni siquiera para eso, lo cual sería más lamentable”.
El
nuevo y mentiroso orden horada y ajusta. Y lo hace en nombre de una mentira
instalada: lo anterior a él era una fiesta de despilfarro. La gente era feliz
dentro de una burbuja, con dos plasmas y un aire acondicionado colgados en sus
paredes, pero hoy estamos pagando las consecuencias.
Hay
que ordenar las cuentas, que demasiado barato se garpaban el gas, la luz, el
teléfono, la prepaga, las escuelas, los impuestos. Era un regalo, no podíamos
pagar tan poco. Igual ahora todavía lo puedo pagar, cuando no pueda veremos.
Había que ordenar el Estado, demasiada grasa militante. Hay que ordenar
las empresas: demasiada gente y poco margen de ganancias. Hay que emitir deuda,
porque las deudas se pagan con deuda y sólo a los Kirchner se les ocurría pagar
en efectivo.
Dijo
el ex ministro de Economía, Axel Kicillof: "El gobierno de Cambiemos tiene
un plan: el de pervertir, transformar y reescribir todo lo que pasó. Ellos
están trabajando para borrar la memoria histórica: no sólo la de los 30 mil
desaparecidos, están tratando de instalar que lo que pasó en la última década
fue irreal y ficticio”.
INOCULACIÓN.
La
inserción en la ciudadanía de este nuevo orden establecido es paulatina,
imperceptible. Se mete en nuestras camas sin pedir demasiado
permiso. Es el parásito escondido en la almohada de plumas, que dejó seca
de sangre a Alicia, en el cuento de Horacio Quiroga. Cuando se toma conciencia,
ya es tarde, y el loop vuelve a desempolvar por enésima vez nuestro odio contra
todo ejercicio emparentado con el accionar político.
Por
último, el orden alecciona. Cómo no se nos ocurrió pensar en el final de este
cuento: que el orden de la cachiporra siempre lista iba a cargarse a uno, iba a
limpiar el rastro de sangre, iba a jugar a las escondidas con su víctima y la
iba a esconder tan pero tan bien que para el pobre pibe la posibilidad de la
piedra libre quedaría absolutamente cercenada. Acto aleccionador como pocos, y
previsible como pocos también, teniendo en cuenta nuestra historia oscura, y
que los oscuros protagonistas de hoy también fueron los máximos protagonistas
del oscurantismo de ayer.
El
nuevo orden es el principio de un desorden descomunal pero, por angustia o
comodidad, cedemos a sus tentaciones y sus mendaces mandatos de simetría y
equilibrio.
TODO ESTÁ GUARDADO EN
LA MEMORIA.
No
obstante, y en muchos casos a contrapelo de lo que votamos, existe una memoria
histórica común, que nos hace recordar (entremezclado con toda la perorata del “se
robaron todo y hoy estamos pagando la fiesta”) que hace no mucho las
discusiones pasaban por otros lugares. No teníamos por qué preocuparnos por
perder el laburo, sino por cuánto íbamos a obtener de las paritarias, o por lo
mal que viajábamos para llegar a nuestro laburo; no había que preocuparse por
si las ventas bajaban, porque efectivamente no bajaban (la carnicería vendía
bien, la frutería vendía bien, la pequeña boutique vendía bien, el
restaurantito estaba lleno los sábados a la noche, las industrias crecían y se
diversificaban); no había por qué preocuparse de ir a una marcha o
manifestación de cualquier índole, porque en las marchas no había quilombo.
Insistimos: por más que se nos exhiba una historia de crisis heredada, existe
una memoria objetiva común que nos habla de otra cosa.
En
este sentido, ¿a qué creíamos que se refería una palabra tan odiada por muchos
y tan amada por otros, como es “empoderamiento”? Pues precisamente a esto que
sigue: a no permitir que nos vendan buzones, a defender a capa y espada esa
“normalidad absoluta” de tener un laburo y no temer perderlo, a cuidar cada año
que nuestro sueldo aumente un poquito más porque de eso se trata la
distribución de la riqueza, a haber logrado que la palabra “ajuste” se hubiera
transformado en un espantoso recuerdo del cavallismo, a respaldar y custodiar
los primeros grandes pasos en ciencia y tecnología.
No
se trata aquí de figuras políticas, sino de proyectos, y de intentar darle
continuidad a caminos que inexorablemente conducen a logros y aspiraciones
concretas de las mayorías.
Se
trata de desentrañar y entender, pero entender bien hasta la clavícula, para
luego hacer entender, qué proyecto de país pretendemos; a cuál, más o menos,
vamos a avalar porque trae aparejadas más virtudes que contradicciones para la
mayoría de la gente. Proyectos que, a grandes rasgos, se dividen en dos grandes
vertientes (como las cervezas, que se dividen en “Ale” y “Lager”):
· Un proyecto
en el que la política se orienta siempre hacia la industrialización del país.
Es el proyecto a largo plazo que empujaron Néstor Kirchner y Cristina
Fernández. Aquí nada tienen que ver –y es la principal idea que debe entrar en
nuestras cabezas–-, repito, nada tienen que ver los supuestos actos de corruptela.
Se trata de un modelo económico. Y que más o menos se explica así: parir por
todo el país pequeñas, medianas y grandes industrias que son, antes que nada,
las movilizadoras de la economía y las que van a permitir que la gran mayoría
de los argentinos en condiciones de laburar tengan trabajo, y que los
laburantes por venir se sigan incorporando al mercado de trabajo. Que el
consumo interno sea el principal motor. Es tratar, por todos los medios
posibles, de fabricar zapatillas acá, en nuestro país, y tratar por todos los
medios que las zapatillas más consumidas sean las fabricadas en nuestro país,
aunque su precio, comparado con el de otro modelo similar proveniente de China,
no sea competitivo. Que la “guitarra” quede aquí y circule aquí. Un proyecto a
largo plazo.
· El otro
modelo es el agroexportador, en el que siempre, pero siempre, las vaquitas son
ajenas. El proyecto basado en la renta extraordinaria y para pocos que ofrece
la tierra. Se cultiva y se cría en grandes extensiones de tierra, pero resulta
que la producción y comercialización de esos productos no alcanza para dar
laburo y morfi a los más de 40 millones de hombres y mujeres de nuestro país.
Pero el
modelo largoplacista, de país tendiente a la industrialización, no sólo es
sinónimo de consumo. Es también, y ante todo, un modelo que intenta poner el
acento en la valoración del arraigo, de lo nacional. Es la celebración del
Bicentenario en la 9 de Julio, alegremente vivida por más de dos millones de
personas; son nuestros billetes ilustrados con la figura de Eva Perón y no con
una foca; es el desarrollo y la exhibición permanente de nuestra cultura local
en todas sus formas; es la lectura, relectura y puesta en valor de los
perdedores de nuestra historia nacional. En definitiva, no propone únicamente
el consumo como único horizonte, sino –y sobre todo– la paulatina construcción
de un tipo de ser nacional que nos contenga a todos y todas.
El orden que muchos ansiamos no es, no debería ser, el de
la cachiporra, tras una absoluta puesta en escena de una crisis irreal,
inventada.
Tener trabajo sin temor a perderlo; poder acceder a
opciones de salud y educación de manera gratuita y de mayor calidad cada vez;
asistir a cualquier manifestación pública sin miedo a la represión o al
quilombo; acceder a una vivienda; pagar tarifas razonables en los servicios;
poder divertirse y tender a que todos y todas la pasen tan bien como nosotros;
poder evolucionar; poder contener y contribuir a la evolución de los otros y
las otras; aspirar a un país con la mayor cantidad de gente adentro; deshacernos
de la matriz de pensamiento que nos señala como los merecedores de la nada: ¿no
son éstos conceptos más ordenadores de nuestras vidas que cualquier otra farsa
de orden impuesta a puro garrotazo mediático?
Hay modos de recoger este guante. Más claro que el agua y
que yo, lo dice Nadia: “Pasamos
tiempos duros desde 2015 hasta acá, tiempos que hicieron tambalear la
estantería, tiempos necesarios quizás, tiempos para endurecernos, para
amucharnos con los nuestros, para
reconocernos, para levantarnos, para crear y debatir. Para reforzar las
convicciones, para entender que sentarse a esperar no es un plan, para
convencernos que las peleas verdaderas se ganan con el corazón y en colectivo.
Para descubrir que no es tiempo de tibios ni de roscas pequeñas, porque lo que
está en juego es la Patria, es el hambre del Pueblo, es el terror. En eso
andamos, creo yo”. Amén.