miércoles, 23 de febrero de 2011

Jaureguiberry, la perla escondida de Uruguay


No resultaría conveniente, por parte de quien escribe este texto, localizar con exactitud esta región de Uruguay: sencillamente, para no avivar demasiados giles. A título informativo, sólo diremos que se trata de una franja costera situada a pocos kilómetros antes de llegar a las coquetas playas de Piriápolis. Allí se ubican los balnearios Guazuvirá Nuevo, Cuchilla Alta, Solís, Las Flores…
De este collar de escondidas perlas es recomendable una visita al Parque Balneario Jaureguiberry. Desde la terminal de ómnibus Tres Cruces, de Montevideo, la empresa Copsa tarda sólo dos horas en trasladar a los pasajeros a este paraisito.
Ingresar en Jaureguiberry es tomar contacto con un lugar en el que las casas parecen camufladas por la vegetación. Caminar por alguna de sus calles de tierra -por ejemplo, Rivera-, es ingresar a un pueblito en el que el acento está puesto en la sustentabilidad.
En Jaureguiberry no hay hoteles, ni rambla para pasear, ni peatonales. No hay cines, ni centros comerciales. Sólo hay un par de almacenes (“Benji” y uno al que todos llaman “Lo de Laura”). Tampoco hay saneamiento ni agua de red (ésta es extraída de pozos).
Todo lo dicho bien lo reafirma el blog de la Liga de Fomento de Jaureguiberry (
http://www.ligajaure.blogspot.com/): “¿Qué ofrece Jaureguiberry al residente o al turista? Naturaleza. Si pretende confiterías o restoranes, no hay. Si quiere shoppings, tampoco. Si desea teatro o cine, no existen. Si quiere levantarse, aprontar un mate y pasear por la playa, el bosque o el arroyo, sí puede. Si quiere hinchar sus pulmones con aire puro también. Si quiere oír música: no hay como el concierto que nos brindan las aves con sus diferentes trinos. Y si quiere algún espectáculo, ¡qué mejor que el bosque! El bosque es un mundo de maravilla cuando el espíritu está abierto a él, dispuesto a asimilar sus secretos, a apreciar sus bellezas, a absorber sus aromas y contrastes. Aquí un pino viejo se convierte en un refugio de pájaros. Allá un techo de ramas crea un templo sin dioses. Rayos de sol que atraviesan el follaje hacen nacer un bosque paralelo de oro y misterio. En el bosque se da un momento de comunión entre los hombres y los animales, ¡hay paz! Resumiendo: si lo que busca es consumismo, lo hallará en cualquier lado, pero si pretende convivir y conocer la naturaleza: ¡Bienvenido al Parque Balneario Jaureguiberry!”.

VIVIR LA EXPERIENCIA “JAURE”.
Sólo basta con salir de la vivienda en la que uno está morando (es posible alquilar algunas durante el verano), y comenzar a caminar en silencio mientras se observa la profusa vegetación circundante. Un poco más allá se levanta una duna menor coronada de vegetación, que se podrá sortear sin dificultad, pasito a pasito, quitando del camino algún arbusto que nos moleste. Ya en la cima de la duna se divisa, a lo lejos, una veta de mar verde esmeralda (quienes saben aseguran que a esta altura del territorio uruguayo las costas dan al Río de la Plata; a quien escribe le gusta pensar que dan al mar. Además, el agua es salada), y un cielo azul límpido, que ha sabido guardar las nubes para otra ocasión.
Entre el vértice de la duna y el mar se extiende una playa amplia y despoblada, de fina arena. La postal es una figurita difícil del Caribe pegada en esta parte del mundo.
Pero no sólo para relajarse, tomar sol y zambullirse en el mar calmo sirve esta franja costera. También es muy recomendable realizar caminatas por la playa hacia el arroyo Solís Grande, imponente surco de agua cuya desembocadura besa sutilmente las aguas de Jaureguiberry, en una mezcla de verdes y azules digna del cuadro de un fantasmagórico pintor.
Ojalá un día usted, querido lector, encuentre y disfrute este remanso, un auténtico lugar en el mundo para salir de él.