sábado, 14 de octubre de 2017

Orden y voces

“A la gilada, ni cabida”. Chabela, pensadora contemporánea.


Silenciar. Acallar. Obedecer. Temer. Lograr que sólo los más aptos alcancen el éxito conforme a las reglas del mérito. Las tareas que se ha propuesto el poder de turno sobre su única víctima, el pueblo, son silenciosas y efectivas. Un tatuador gigante, máquina en mano, presto para concretar su más espeluznante obra: grabar en cada centímetro de nuestras pieles todo lo que tenemos permitido, y dar por sentado que todo lo que no figura en ese big tatoo está fuera de una ley –su ley– y, por lo tanto, será sancionado con penas dolorosamente máximas.
Con sus tareas puestas en marcha, el poder de turno no sólo impregna a las pieles propias, las que le concedieron ese poder, sino que también concreta el sutil objetivo de dejar esquirlas en aquellas pieles que les son o les fueron más resistentes.
Genera dudas e inacción ante hechos en los que sólo cabría la solidaridad, fomenta el individualismo, desacredita la acción política, destruye construcciones identitarias. Y al mismo tiempo que corre el eje de problemáticas graves, lanza al aire miles de espejitos de colores inalcanzables. A no preocuparse, que siempre, pero siempre, lo mejor está por venir.
Poco a poco, con algo de astucia y mucho de brutalidad, el poder de turno consigue moldear una idea de orden, de un tipo de orden por muchos y muchas deseado luego de tanto caos. Y construye y alinea conceptos detrás de esa idea de orden, sin detenerse un instante, un concepto detrás de otro. Un malón de conceptos a medida que van pasando los días, todos ellos sustentados en la fuerza que, por distintas razones, le ha conferido una buena parte de la población a este poder de turno.

DERECHITO Y SIN MIRAR ATRÁS.
Así, algunas cosas comienzan a “rectificarse”, obsceno entrecomillado. Luego de ser señaladas por transeúntes, dos chicas besándose en una estación de tren reciben palo –una mujer policía tira al piso a una de las chicas; un macho policía, haciendo gala de todo su poder y toda su impronta de miserable historia patriarcal, atraviesa los límites de ese cuerpo sometido: lo esposa, lo maltrata, lo toquetea, lo veja–, porque cierta construcción de sentido comienza a dar crédito a estas conductas en las que “la autoridad” despliega sus tan singulares modos de paternalismo y de protección de la sociedad, contra estas atípicas seres cuyas prácticas van contra natura, pensaría la Legrand.
Dice Roxana: “Adultos que exigen que ´alguien´, un líder, ponga orden. ´Todo se ordena desde arriba´, dicen, desconociendo que lo que ordena el funcionamiento social son las leyes, a las que cada uno se somete, y hace cumplir desde su rol. Por una parte, elude el costo del ejercicio del rol, que implica el propio cumplimiento, y por otra parte, desde un lugar de hijo, espera que otro ´con más capacidad´ o desde un poder superior lo haga. Espera que sean otros los que ordenen o apliquen las leyes, y otros los que se ubiquen y no se propasen. Desresponsabilizarse y echar la culpa a otros no es sin costo”.
Los cortes de calle por un reclamo social o salarial pasan a ser actos de una inadmisible delincuencia que merece condena. Que, al fin y al cabo, demasiado relajo había, y yo también tengo derecho a llegar a mi laburo.
Y los desaparecidos, ah, los desaparecidos. No eran 30 mil, no eran 30 mil, no eran 30 mil. Apenas siete mil, y los ángeles no eran tan ángeles y los demonios no eran tan demonios.
Como dijimos, las astillas de imposición de este nuevo orden laceran también a los hombres y mujeres de la calle que oponen cierta resistencia. Entonces, amor mío, si queremos ir a la marcha del 24, mejor hablemos con tu madre a ver si puede cuidar a los niños, o quizás con mi hermana. Entonces, amor mío, andá vos, no es momento para exponer a los nenes, no viste los quilombos que se arman. Entonces, amor mío, llevate DNI que allá por Avellaneda los canas se suben al bondi y te lo piden, y si te lo piden y no lo tenés... Entonces, amor mío, mejor no te metas. Entonces, amor mío.
En palabras de Cinthia: “En tiempos como los que corren queda más en evidencia la cultura del ´No te metás´. A veces para resguardar algún pedacito de pellejo propio, y otras veces ni siquiera para eso, lo cual sería más lamentable”. 
El nuevo y mentiroso orden horada y ajusta. Y lo hace en nombre de una mentira instalada: lo anterior a él era una fiesta de despilfarro. La gente era feliz dentro de una burbuja, con dos plasmas y un aire acondicionado colgados en sus paredes, pero hoy estamos pagando las consecuencias.
Hay que ordenar las cuentas, que demasiado barato se garpaban el gas, la luz, el teléfono, la prepaga, las escuelas, los impuestos. Era un regalo, no podíamos pagar tan poco. Igual ahora todavía lo puedo pagar, cuando no pueda veremos. Había que ordenar el Estado, demasiada grasa militante. Hay que ordenar las empresas: demasiada gente y poco margen de ganancias. Hay que emitir deuda, porque las deudas se pagan con deuda y sólo a los Kirchner se les ocurría pagar en efectivo.
Dijo el ex ministro de Economía, Axel Kicillof: "El gobierno de Cambiemos tiene un plan: el de pervertir, transformar y reescribir todo lo que pasó. Ellos están trabajando para borrar la memoria histórica: no sólo la de los 30 mil desaparecidos, están tratando de instalar que lo que pasó en la última década fue irreal y ficticio”.

INOCULACIÓN.
La inserción en la ciudadanía de este nuevo orden establecido es paulatina, imperceptible. Se mete en nuestras camas sin pedir demasiado permiso. Es el parásito escondido en la almohada de plumas, que dejó seca de sangre a Alicia, en el cuento de Horacio Quiroga. Cuando se toma conciencia, ya es tarde, y el loop vuelve a desempolvar por enésima vez nuestro odio contra todo ejercicio emparentado con el accionar político.
Por último, el orden alecciona. Cómo no se nos ocurrió pensar en el final de este cuento: que el orden de la cachiporra siempre lista iba a cargarse a uno, iba a limpiar el rastro de sangre, iba a jugar a las escondidas con su víctima y la iba a esconder tan pero tan bien que para el pobre pibe la posibilidad de la piedra libre quedaría absolutamente cercenada. Acto aleccionador como pocos, y previsible como pocos también, teniendo en cuenta nuestra historia oscura, y que los oscuros protagonistas de hoy también fueron los máximos protagonistas del oscurantismo de ayer.
El nuevo orden es el principio de un desorden descomunal pero, por angustia o comodidad, cedemos a sus tentaciones y sus mendaces mandatos de simetría y equilibrio.

TODO ESTÁ GUARDADO EN LA MEMORIA.
No obstante, y en muchos casos a contrapelo de lo que votamos, existe una memoria histórica común, que nos hace recordar (entremezclado con toda la perorata del “se robaron todo y hoy estamos pagando la fiesta”) que hace no mucho las discusiones pasaban por otros lugares. No teníamos por qué preocuparnos por perder el laburo, sino por cuánto íbamos a obtener de las paritarias, o por lo mal que viajábamos para llegar a nuestro laburo; no había que preocuparse por si las ventas bajaban, porque efectivamente no bajaban (la carnicería vendía bien, la frutería vendía bien, la pequeña boutique vendía bien, el restaurantito estaba lleno los sábados a la noche, las industrias crecían y se diversificaban); no había por qué preocuparse de ir a una marcha o manifestación de cualquier índole, porque en las marchas no había quilombo. Insistimos: por más que se nos exhiba una historia de crisis heredada, existe una memoria objetiva común que nos habla de otra cosa.
En este sentido, ¿a qué creíamos que se refería una palabra tan odiada por muchos y tan amada por otros, como es “empoderamiento”? Pues precisamente a esto que sigue: a no permitir que nos vendan buzones, a defender a capa y espada esa “normalidad absoluta” de tener un laburo y no temer perderlo, a cuidar cada año que nuestro sueldo aumente un poquito más porque de eso se trata la distribución de la riqueza, a haber logrado que la palabra “ajuste” se hubiera transformado en un espantoso recuerdo del cavallismo, a respaldar y custodiar los primeros grandes pasos en ciencia y tecnología.  
No se trata aquí de figuras políticas, sino de proyectos, y de intentar darle continuidad a caminos que inexorablemente conducen a logros y aspiraciones concretas de las mayorías.
Se trata de desentrañar y entender, pero entender bien hasta la clavícula, para luego hacer entender, qué proyecto de país pretendemos; a cuál, más o menos, vamos a avalar porque trae aparejadas más virtudes que contradicciones para la mayoría de la gente. Proyectos que, a grandes rasgos, se dividen en dos grandes vertientes (como las cervezas, que se dividen en “Ale” y “Lager”):
·       Un proyecto en el que la política se orienta siempre hacia la industrialización del país. Es el proyecto a largo plazo que empujaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Aquí nada tienen que ver –y es la principal idea que debe entrar en nuestras cabezas–-, repito, nada tienen que ver los supuestos actos de corruptela. Se trata de un modelo económico. Y que más o menos se explica así: parir por todo el país pequeñas, medianas y grandes industrias que son, antes que nada, las movilizadoras de la economía y las que van a permitir que la gran mayoría de los argentinos en condiciones de laburar tengan trabajo, y que los laburantes por venir se sigan incorporando al mercado de trabajo. Que el consumo interno sea el principal motor. Es tratar, por todos los medios posibles, de fabricar zapatillas acá, en nuestro país, y tratar por todos los medios que las zapatillas más consumidas sean las fabricadas en nuestro país, aunque su precio, comparado con el de otro modelo similar proveniente de China, no sea competitivo. Que la “guitarra” quede aquí y circule aquí. Un proyecto a largo plazo.
·       El otro modelo es el agroexportador, en el que siempre, pero siempre, las vaquitas son ajenas. El proyecto basado en la renta extraordinaria y para pocos que ofrece la tierra. Se cultiva y se cría en grandes extensiones de tierra, pero resulta que la producción y comercialización de esos productos no alcanza para dar laburo y morfi a los más de 40 millones de hombres y mujeres de nuestro país.  
Pero el modelo largoplacista, de país tendiente a la industrialización, no sólo es sinónimo de consumo. Es también, y ante todo, un modelo que intenta poner el acento en la valoración del arraigo, de lo nacional. Es la celebración del Bicentenario en la 9 de Julio, alegremente vivida por más de dos millones de personas; son nuestros billetes ilustrados con la figura de Eva Perón y no con una foca; es el desarrollo y la exhibición permanente de nuestra cultura local en todas sus formas; es la lectura, relectura y puesta en valor de los perdedores de nuestra historia nacional. En definitiva, no propone únicamente el consumo como único horizonte, sino –y sobre todo– la paulatina construcción de un tipo de ser nacional que nos contenga a todos y todas.
El orden que muchos ansiamos no es, no debería ser, el de la cachiporra, tras una absoluta puesta en escena de una crisis irreal, inventada.
Tener trabajo sin temor a perderlo; poder acceder a opciones de salud y educación de manera gratuita y de mayor calidad cada vez; asistir a cualquier manifestación pública sin miedo a la represión o al quilombo; acceder a una vivienda; pagar tarifas razonables en los servicios; poder divertirse y tender a que todos y todas la pasen tan bien como nosotros; poder evolucionar; poder contener y contribuir a la evolución de los otros y las otras; aspirar a un país con la mayor cantidad de gente adentro; deshacernos de la matriz de pensamiento que nos señala como los merecedores de la nada: ¿no son éstos conceptos más ordenadores de nuestras vidas que cualquier otra farsa de orden impuesta a puro garrotazo mediático?
Hay modos de recoger este guante. Más claro que el agua y que yo, lo dice Nadia: “Pasamos tiempos duros desde 2015 hasta acá, tiempos que hicieron tambalear la estantería, tiempos necesarios quizás, tiempos para endurecernos, para amucharnos con los nuestros, para reconocernos, para levantarnos, para crear y debatir. Para reforzar las convicciones, para entender que sentarse a esperar no es un plan, para convencernos que las peleas verdaderas se ganan con el corazón y en colectivo. Para descubrir que no es tiempo de tibios ni de roscas pequeñas, porque lo que está en juego es la Patria, es el hambre del Pueblo, es el terror. En eso andamos, creo yo”. Amén.